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...le lanzo un trozo de chorizo, se lo zampa con rabia, me mira con
pena, ojos marrones, tristes. Se acerca, su olor es nauseabundo.
Apesta pero hace compañía, sigo recolectando Tricholomas.
De
repente se inquieta, debe haber algún animal cerca, rastrea lo
invisible, le sigo. Se para, me paro, olisquea, observa, la veo
frente al lago. Se adentra hasta que las aguas justo cubren sus
rosados pezones, entonces se sumerge, es delicada, emerge, se
orilléa, alza su azulada mirada hacia nosotros, no reacciona, no ha
debido vernos. Bellísima. De repente el perro, enloquecido, echa a
correr y se abalanza como una auténtica fiera sobre ella,
dentelladas, sangre a borbotones, sangre que resbala desde su boca
hasta más abajo de sus largos muslos, a sus pies lo que queda del
perro, estoy paralizado, me sonríe, vomito, se zambulle. Corro
desorientado, me agoto, caigo al suelo, agazapado lloro en silencio.
Veo una cueva, recojo toda la leña que puedo, la tenue luz lunar
apenas me da para alcanzar la entrada de mi guarida. Oscuridad plena
en el interior, acerco el mechero, la leña prende con facilidad, la
cueva se ilumina, sus ojos se iluminan, ahí está ella, esbozándome
una satírica sonrisa.
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